La verdad nunca se apaga

La columna vertebral de todo medio de comunicación la constituyen sus editoriales, es decir los principios y opiniones que sustentan y defienden sus editores. En el caso de “Oiga”, la sección editorial tuvo siempre una expresión clara y rotunda, no solo enjuiciando sino dando alternativas. La búsqueda de los ¿por qué? Siempre preocuparon a Igartua y sus colaboradores, sin dejar de lado –por supuesto- el ¿qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿dónde? y ¿cuándo? que configuran al buen periodismo. Las palabras, como las promesas, suelen ser efímeras en boca de algunas personas; los editoriales de Oiga, en cambio, permanecen aún incólumes, vigentes, con la plenitud de su carga testimonial para incomodidad de muchos protagonistas de la escena política, porque si bien Igartua ya ha muerto su palabra aún vive.

FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA

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GOLPE! LA TRAGEDIA PERUANA TIENE SUS CULPABLES. OCURRIO LO QUE TENIA QUE SUCEDER

sábado, 14 de febrero de 2009

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “LEALTAD Y DEMOCRACIA” – Revista Oiga 27/09/68

PARA los menguados, para los pobres de espíritu, para las almas genuflexas, para los matones, ser leal significa servilismo frente al amo, al patrón. Estas gentes entienden la lealtad como el esclavo: en relación al propietario, a otro hombre. Y así también la admiten quienes deben sus posiciones políticas, sociales o económicas al favor del poderoso de turno. Para los espíritus libres, para los fuertes, para las almas insumisas, la lealtad comienza por uno mismo. No se puede ser leal a nada ni a nadie si no somos leales con nuestra propia conciencia. De este inicio, de la lealtad a nuestras ideas, parten las otras lealtades: a los principios morales que compartimos con quienes, por esta razón, son nuestros amigos; a nuestro credo religioso o político; a sentimientos que nos atan a personas o situaciones, por remembranzas familiares o riesgos que nos conmovieron y que compartimos con otros. Para el hombre, para el auténtico ser humano; no hay mayor lealtad que la lealtad al deber. Dura y muchas veces dolorosa lealtad; pero que hace héroes y santos.

Valgan estas rápidas reflexiones, hechas a vuela máquina mientras a nuestro alrededor se siente el tenso trajinar de la política, como sencilla contribución al debate que ocupa al país esta semana. Debate iniciado por la actitud crítica del secretario general de Acción Popular frente al gobierno que preside el jefe de ese partido y que se ha tornado en un enfrentamiento entre los que consideran la política como adhesión a postulados y programas y los que quieren entenderla, con empolvada mentalidad monárquica, como sujeción a la voluntad omnipotente de un jefe o monarca. A un lado están los que piensan, sana y coherentemente, que el jefe no puede obligar a sus partidarios a aceptar, y menos con persistencia que repugna, actos de gobierno que contradicen 'clamorosamente los principios' del partido, aprobados y refrendados en congresos nacionales, a los que él asistió y aplaudió. En el otro lado se agrupan, desconcertados o soberbios, los que de buena o mala fe consideran que la organización de los partidos, su democracia interna, no es más que un engañabobos o un simple decorado escénico para que el jefe se dedique a hacer prestidigitación política a expensas de la credulidad popular. A un lado, los que no admiten que la amistad; el sentimiento personal, se anteponga al deber. Al otro, los que no quieren no llegan a comprender que la deslealtad a los principios partidarios, al programa por el que fueron elegidos, es traicionar al pueblo.

Nosotros estamos con los leales a sus ideas, con los fieles a sus principios partidarios; con los que, en voz de don Edgardo Seoane, se niegan a avalar la sucia página de engaño y entreguismo que ha escrito este gobierno con el cuento del "Acta de Talara".