Valgan estas rápidas reflexiones, hechas a vuela máquina mientras a nuestro alrededor se siente el tenso trajinar de la política, como sencilla contribución al debate que ocupa al país esta semana. Debate iniciado por la actitud crítica del secretario general de Acción Popular frente al gobierno que preside el jefe de ese partido y que se ha tornado en un enfrentamiento entre los que consideran la política como adhesión a postulados y programas y los que quieren entenderla, con empolvada mentalidad monárquica, como sujeción a la voluntad omnipotente de un jefe o monarca. A un lado están los que piensan, sana y coherentemente, que el jefe no puede obligar a sus partidarios a aceptar, y menos con persistencia que repugna, actos de gobierno que contradicen 'clamorosamente los principios' del partido, aprobados y refrendados en congresos nacionales, a los que él asistió y aplaudió. En el otro lado se agrupan, desconcertados o soberbios, los que de buena o mala fe consideran que la organización de los partidos, su democracia interna, no es más que un engañabobos o un simple decorado escénico para que el jefe se dedique a hacer prestidigitación política a expensas de la credulidad popular. A un lado, los que no admiten que la amistad; el sentimiento personal, se anteponga al deber. Al otro, los que no quieren no llegan a comprender que la deslealtad a los principios partidarios, al programa por el que fueron elegidos, es traicionar al pueblo.
Nosotros estamos con los leales a sus ideas, con los fieles a sus principios partidarios; con los que, en voz de don Edgardo Seoane, se niegan a avalar la sucia página de engaño y entreguismo que ha escrito este gobierno con el cuento del "Acta de Talara".