Debo confesar, sin embargo, que me apena la carta del ministro y que más me apena su contexto, que lo tiene, porque no llegó sola.
El sábado pasado comenzó esta historia. A las ocho y media de la mañana recibí la llamada telefónica de Manuel Ulloa para comunicarme que acababa de romper su vieja amistad con Paco Moncloa. Se sentía dolido por la opinión que su plan ministerial le había merecido a nuestro colaborador. Me añadió que la llamada era para informarme que se veía obligado a iniciarle a Moncloa un juicio por difamación, a nivel de gabinete, y que sabía que yo acababa de llegar de un largo viaje y que, por lo tanto, no tenía participación ni responsabilidad en el artículo firmado por Moncloa. Le agradecí la molestia que se había dado al llamarme y amablemente le advertí que en el debate que me anunciaba entre él y Moncloa tomaría yo parte a favor de mi colaborador.
Esto fue el sábado pasado, a las ocho y media de la mañana. Y ni ese día, ni el domingo, ni el lunes; ni en el curso de la mañana y la tarde del martes me preocupé por el ministro y al parecer tampoco el ministro por mi. Sin embargo, avanzada la noche del martes, llegó la carta notarial que ustedes han leído en la portada. El juicio era contra mí y con cargo a Francisco Moncloa. Y no lo inicia sino anuncia que lo iniciará cuando regrese.
A ustedes les será más fácil calificar la carta y su contexto. Yo me limito a asumir la responsabilidad plena del artículo firmado por Francisco Moncloa en la edición pasada de OIGA. Las discrepancias que podría haber tenido con el tono de esa nota, las he olvidado.
¡Dicen que para los periodistas es un honor acumular juicios! ¡Bienvenido el del ministro Ulloa!