Y ya que, hemos llegado al punto de las promesas incumplidas, tenemos que ocupamos de la "solución" esbozada por el presidente al viejo problema de La Brea Y Pariñas. Lo haremos muy a la ligera, como a la ligera ha sido expuesta por él. Es difícil, si no imposible, dar opinión sobre un "acuerdo", "arreglo" o "solución" del que no se conoce documento alguno y del que se tienen explicaciones bastante imprecisas.
Sin embargo, creemos haber podido sacar en claro que los yacimientos indebidamente usufructuados hasta hoy por la IPC, además de las instalaciones que existen en esos terrenos, pasarán a poder del Perú. Con lo que, honestamente, creemos que se ha cumplido con una parte de la dolorosa demanda nacional. Con una parte. No con toda. Ya que lo que siempre ha reclamado es la devolución de lo propio -los yacimientos que pasarían a la EPF- y la reparación del daño económico sufrido por la nación y de la humillación soportada. Y nosotros, en las declaraciones del presidente y de sus ministros, no vemos cómo será reparado satisfactoriamente el país. Si muchas veces hemos dicho, e insistimos en ello, que este no es asunto de soles más o soles menos sino de dignidad nacional, no quiere decir que estemos dispuestos a admitir grosero abuso en el pago de la deuda ni que aceptemos que se pueda recuperar la dignidad por gracioso gesto del ofensor. Sobre lo primero, interesante sería saber qué reacción tendrían nuestros acreedores extranjeros si les propusiéramos un borrón y cuenta nueva como el que parece se habría concretado entre el gobierno y la IPC. Esa sí seria una gran refinanciación que aplaudiríamos sin reserva y a rabiar. Y en cuanto a lo segundo, pueda que nuestro sentido de la honra no sea muy común en el medio, pero no estamos dispuestos a variar.
Lamentamos tener que nadar nuevamente, solos, a contracorriente. Confesamos que no deja de ser duro el hacerlo y en momentos hasta desagradable. Pero no hay duda que acertados estuvieron los colaboradores de esta revista cuando expresaron lo siguiente en carta de adhesión a quien escribe esta columna: "OIGA aspira a expresar un estado de conciencia histórica y no a ser el vocero oficioso u oficial de ninguna cambiante agrupación política. No nos afectan por lo tanto los aplausos o las censuras del Parlamento ni las opiniones amigas o enemigas. El dinero, los votos, las condecoraciones, los altos cargos, los enigmáticos notables, las múltiples metamorfosis ideológicas, las carnavalescas festividades electorales y las negociaciones a todos los niveles del ridículo carecen por completo de nobleza en el inviolable terreno de la moral. Y este es nuestro terreno, nuestro único terreno".
"La línea de conducta que nos hemos voluntariamente impuesto no depende de la aprobación o desaprobación de ningún hombre. Parodiando al filósofo antiguo podríamos decir: 'Nos bastan pocos; nos basta uno; nos basta ninguno. Jamás está solo el que se mantiene fiel a su conciencia. Somos y seremos sinceros con nosotros mismos, porque creemos que la propia dignidad vale más que todos y cada uno de los vacuos honores que el poder o el simulacro de poder otorga a manos llenas. Largo es el tiempo, inexorable y largo. La historia del Perú constituye una tragedia, no una farsa".