La verdad nunca se apaga

La columna vertebral de todo medio de comunicación la constituyen sus editoriales, es decir los principios y opiniones que sustentan y defienden sus editores. En el caso de “Oiga”, la sección editorial tuvo siempre una expresión clara y rotunda, no solo enjuiciando sino dando alternativas. La búsqueda de los ¿por qué? Siempre preocuparon a Igartua y sus colaboradores, sin dejar de lado –por supuesto- el ¿qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿dónde? y ¿cuándo? que configuran al buen periodismo. Las palabras, como las promesas, suelen ser efímeras en boca de algunas personas; los editoriales de Oiga, en cambio, permanecen aún incólumes, vigentes, con la plenitud de su carga testimonial para incomodidad de muchos protagonistas de la escena política, porque si bien Igartua ya ha muerto su palabra aún vive.

FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA

FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA
GOLPE! LA TRAGEDIA PERUANA TIENE SUS CULPABLES. OCURRIO LO QUE TENIA QUE SUCEDER

sábado, 14 de febrero de 2009

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “AMENAZA QUE RECHAZAMOS” – Revista Oiga 05/07/68

POR intermedio de su abogado, el actual ministro de Hacienda y presidente del directorio de la empresa Editora de los diarios "Extra" y "Expreso" me ha hecho llegar una carta notarial que aparece en la carátula de esta edición y que ustedes, lectores de OIGA, calificarán con mayor acierto que yo. Es una clara amenaza a un órgano de prensa, a esta revista, que no me amedrenta ni me hará callar. Todo lo contrario. Me alienta a cumplir con el deber de informar y opinar, de expresar mis ideas, de orientar a mis lectores, de dialogar con el país, de que se escuche una voz discordante en el pacato ambiente de conformismo que nos rodea. No me correré, pues, y grande sería la satisfacción de conciencia y la honra que sentiría si, por abuso de la ley, tuviera que volver a padecer cárcel o destierro por razón de mis ideas. Lo tomaría como un premio y me halagaría entrar a la prisión mientras van saliendo de ella los pocos contrabandistas a los que les ha rozado castigo en el más reciente escándalo nacional.

Debo confesar, sin embargo, que me apena la carta del ministro y que más me apena su contexto, que lo tiene, porque no llegó sola.

El sábado pasado comenzó esta historia. A las ocho y media de la mañana recibí la llamada telefónica de Manuel Ulloa para comunicarme que acababa de romper su vieja amistad con Paco Moncloa. Se sentía dolido por la opinión que su plan ministerial le había merecido a nuestro colaborador. Me añadió que la llamada era para informarme que se veía obligado a iniciarle a Moncloa un juicio por difamación, a nivel de gabinete, y que sabía que yo acababa de llegar de un largo viaje y que, por lo tanto, no tenía participación ni responsabilidad en el artículo firmado por Moncloa. Le agradecí la molestia que se había dado al llamarme y amablemente le advertí que en el debate que me anunciaba entre él y Moncloa tomaría yo parte a favor de mi colaborador.
Esto fue el sábado pasado, a las ocho y media de la mañana. Y ni ese día, ni el domingo, ni el lunes; ni en el curso de la mañana y la tarde del martes me preocupé por el ministro y al parecer tampoco el ministro por mi. Sin embargo, avanzada la noche del martes, llegó la carta notarial que ustedes han leído en la portada. El juicio era contra mí y con cargo a Francisco Moncloa. Y no lo inicia sino anuncia que lo iniciará cuando regrese.

A ustedes les será más fácil calificar la carta y su contexto. Yo me limito a asumir la responsabilidad plena del artículo firmado por Francisco Moncloa en la edición pasada de OIGA. Las discrepancias que podría haber tenido con el tono de esa nota, las he olvidado.

¡Dicen que para los periodistas es un honor acumular juicios! ¡Bienvenido el del ministro Ulloa!

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “PELIGRA LA LIBERTAD EN EL PERÚ” - Revista Oiga 12/07/68

Que la primera de vuestras leyes consagre la libertad de prensa, la libertad, la más ilimitada, porque sin esa libertad jamás serán consagradas las otras".
MIRABEAU al Parlamento francés

AUNQUE parezca increíble, amigos lectores, es cierto lo que afirmamos en el título de esta nota: está en peligro la libertad en el Perú. No sólo la libertad de prensa sino todas las libertades, porque cuando la prensa calla se silencian todas las rebeldías que son la sal y el pan espiritual de los pueblos, se prostituyen las protestas y queda el campo abierto a todo tipo de tropelías, abusos e injusticias. Sin prensa libre no hay libertad. Y es a la prensa, no a nosotros, a quien el gobierno del señor Belaúnde intenta acallar con una serie de amenazas y acciones judiciales que son del dominio público y que constituyen actos fragantes de agresión al derecho de los ciudadanos a expresarse libremente sobre sus gobernados. Después de cinco años de casi impecable respeto por el periodismo, el gobierno, por complejos de frustración u otras razones que no nos interesa analizar, parece dispuesto a emular a cualquier dictadorzuelo con aires de "doctor". Porque es la ley, el abuso de la ley penal -tal corno lo ha denunciado el Colegio de Abogados-, el arma que se quiere utilizar contra la prensa. Se intenta cambiar la espada de Damocles de la Ley de Seguridad odriísta por el estilete de un juez meritorio, más o menos hábil en el manejo de un código para malandrines y asesinos e ignorante del papel que desempeña el periodismo en una sociedad democrática.

Este es el triste, el vergonzoso ocaso de un gobierno que nació aureolado por siete años de dura, intransigente y altiva campaña, nacida al conjuro de la palabra ¡libertad! iQué penoso debe ser, después de cinco años de saborear el poder, terminar pretendiendo desconocer la Ley de Imprenta, que es la norma legal a la que está sujeto el ejercicio del periodismo! ¡Qué penoso debe ser ocuparse en estudiar cómo amordazar a la prensa! Y tan atareado debe estar en ello el gobierno del señor Belaúnde, que no advierte que sus ministros y amigos, con sus torpes amenazas e infundadas acciones judiciales, están alterando el ordenamiento jurídico de la República al querer suplantar la Ley de Imprenta por el Código Penal.

A estas alturas, cuando los fabulosos contrabandos descubiertos, fotografiados y contabilizados están a punto de quedarse sin un solo culpable ¡venir con quejas de injurias y difamaciones! Como si la historia política peruana y la de todo país democrático no estuviera plagada de "chicharrones gigantes", de Odrias que declaran al adversario "indigno de la nacionalidad peruana" y de Belaúnde que, con sobrada razón, afirmaba: "La convivencia y los mercenarios que expresamente la apoyan en este atentado de lesa patria (la dilación en reivindicar nuestros derechos petroleros de La Brea y Pariñas), tendrán que responder a la historia por tan condenable conducta". ¿Será delito, pues, decir de un ministro que es "casi un analfabeto", un "iletrado"?. ¿Y no lo es acaso un ministro que desconoce el texto constitucional, que no ha leído las limitaciones que la Constitución ordena a sus actividades privadas? Al menos no las debió entender quien, siendo ministro, actuó como director gerente de su empresa. ¿O cómo podríamos haberlo calificado a este ministro para no incurrir en el mismo pecado o delito de tantos y tan preclaros injuriadores que nos han precedido o nos acompañan?

¡Y pensar que hay cientos de infelices que esperan en sus celdas meses y años para ser juzgados! ¿Por qué no se les atiende con la prisa que nos han prodigado a nosotros?

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “EL MENSAJE PRESIDENCIAL” – Revista Oiga 02/08/68

EL eximio manipulador de deseos y palabras que es Fernando Belaúnde Terry, volvió a dirigirse al país desde la tradicional tribuna del Congreso, con ocasión del obligado mensaje presidencial de fiestas patrias, ceremonia que sorprendentemente no pudo realizarse el año pasado por culpa del receso parlamentario. Como en otras ocasiones, se ocupó de reclamar comprensión de las cámaras y recordó que todos los poderes del Estado pertenecen al mismo régimen y tienen la misma raíz republicana. También como en oportunidades anteriores, poco o nada se interesó por interpretar las contenidas angustias populares. Usó de las palabras y de la admiración popular que despierta su memoria no para movilizar el entusiasmo cívico por algo trascendente, sino para demostrar que su paso por la casa de Pizarro, el palacio de los virreyes, ha sido fecundo en obras públicas y para hallar en los sectores adversarios apoyo hasta la clausura de su gobierno. En la actitud y en la tónica presidencial de este año no había sombra del gallardo conductor de multitudes que supo despertar dormidas esperanzas populares y que llegó al poder ungido por la voluntad renovadora de los pueblos del Perú. El Belaúnde que habló el 28 fue el político que ha ido aclimatándose a Ios salones de palacio, el hombre que aspira ante todo a concluir en paz el régimen constitucional que preside, el gobernante que, entre la lucha incierta con las poderosas fuerzas del pasado o el mediatizador de acuerdo con ellas, escogió el camino más fácil y que creyó más seguro: el de la entrega a los poderosos del dinero, nacionales y extranjeros. Porque es necesario, decir la verdad: la acción gubernamental de este gobierno, aparte sus obras públicas, entre las que merece total elogio la carretera marginal, ha sido demasiado próxima a las aspiraciones de la derecha tradicional totalmente alejada de las proposiciones planteadas al electorado en las campañas del 56, 62 y 63.

Y ya que, hemos llegado al punto de las promesas incumplidas, tenemos que ocupamos de la "solución" esbozada por el presidente al viejo problema de La Brea Y Pariñas. Lo haremos muy a la ligera, como a la ligera ha sido expuesta por él. Es difícil, si no imposible, dar opinión sobre un "acuerdo", "arreglo" o "solución" del que no se conoce documento alguno y del que se tienen explicaciones bastante imprecisas.

Sin embargo, creemos haber podido sacar en claro que los yacimientos indebidamente usufructuados hasta hoy por la IPC, además de las instalaciones que existen en esos terrenos, pasarán a poder del Perú. Con lo que, honestamente, creemos que se ha cumplido con una parte de la dolorosa demanda nacional. Con una parte. No con toda. Ya que lo que siempre ha reclamado es la devolución de lo propio -los yacimientos que pasarían a la EPF- y la reparación del daño económico sufrido por la nación y de la humillación soportada. Y nosotros, en las declaraciones del presidente y de sus ministros, no vemos cómo será reparado satisfactoriamente el país. Si muchas veces hemos dicho, e insistimos en ello, que este no es asunto de soles más o soles menos sino de dignidad nacional, no quiere decir que estemos dispuestos a admitir grosero abuso en el pago de la deuda ni que aceptemos que se pueda recuperar la dignidad por gracioso gesto del ofensor. Sobre lo primero, interesante sería saber qué reacción tendrían nuestros acreedores extranjeros si les propusiéramos un borrón y cuenta nueva como el que parece se habría concretado entre el gobierno y la IPC. Esa sí seria una gran refinanciación que aplaudiríamos sin reserva y a rabiar. Y en cuanto a lo segundo, pueda que nuestro sentido de la honra no sea muy común en el medio, pero no estamos dispuestos a variar.

Lamentamos tener que nadar nuevamente, solos, a contracorriente. Confesamos que no deja de ser duro el hacerlo y en momentos hasta desagradable. Pero no hay duda que acertados estuvieron los colaboradores de esta revista cuando expresaron lo siguiente en carta de adhesión a quien escribe esta columna: "OIGA aspira a expresar un estado de conciencia histórica y no a ser el vocero oficioso u oficial de ninguna cambiante agrupación política. No nos afectan por lo tanto los aplausos o las censuras del Parlamento ni las opiniones amigas o enemigas. El dinero, los votos, las condecoraciones, los altos cargos, los enigmáticos notables, las múltiples metamorfosis ideológicas, las carnavalescas festividades electorales y las negociaciones a todos los niveles del ridículo carecen por completo de nobleza en el inviolable terreno de la moral. Y este es nuestro terreno, nuestro único terreno".
"La línea de conducta que nos hemos voluntariamente impuesto no depende de la aprobación o desaprobación de ningún hombre. Parodiando al filósofo antiguo podríamos decir: 'Nos bastan pocos; nos basta uno; nos basta ninguno. Jamás está solo el que se mantiene fiel a su conciencia. Somos y seremos sinceros con nosotros mismos, porque creemos que la propia dignidad vale más que todos y cada uno de los vacuos honores que el poder o el simulacro de poder otorga a manos llenas. Largo es el tiempo, inexorable y largo. La historia del Perú constituye una tragedia, no una farsa".

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “EN TORNO A LA ACTUALIDAD” – Revista Oiga 16/08/68

ENTRISTECIDOS, hasta desesperanzados, por lo que ocurre en estos días a nuestro alrededor, hemos caído, como otras muchas veces, en la lectura de don Miguel de Unamuno. En su Don Quijote y Sancho. Y del prólogo hemos entresacado estas frases que mucho más tienen que ver con la vida íntima del Perú actual que con los acontecimientos parlamentarios y políticos que nos rodean. Dice Unamuno:

"Esto es una miseria, una completa miseria. A nadie le importa nada de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente" este o aquel problema, una u otra cuestión, se lo atribuyen o a negocio o a afán de notoriedad y ansia de singularizarse... Si uno denuncia un abuso, persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los esclavos: ¿Qué irá buscando en eso? ¿A qué aspira? Unas veces creen y dicen que lo hace para que le tapen la boca con oro; otras, que por ruines sentimientos y bajas pasiones de vengativo o envidioso; otras, que lo hace por divertirse, por pasar el tiempo, por deporte. ¡Lástima grande que a tan pocos les dé por deportes semejantes!".

"Fíjate y observa. Ante un acto cualquiera de generosidad, de heroísmo, de locura, a todos esos estúpidos bachilleres, curas y barberos de hoy no se les ocurre sino preguntarse: ¿Por, qué lo hará? Y en cuanto creen haber descubierto la razón del acto -sea o no lo que ellos suponen- se dicen: ¡Bah!, lo ha hecho por esto o por lo otro. En cuanto una cosa tiene razón de ser y ellos la conocen, perdió todo su valor la cosa. Para eso les sirve la lógica, la cochina lógica".

"Comprender es perdonar, se ha dicho. Y esos miserables necesitan comprender para perdonar el que se les humille, el que con hechos o palabras se les eche en cara su miseria, sin hablartes de ella".

"...creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de Don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado…"

"Defenderán, es natural, su usurpación, y tratarán de probar con muchas
y muy estudiadas razones que la guardia y custodia del sepulcro les corresponde. Lo guardan para que el caballero no resucite".

"A estas razones hay que contestar con insultos, con pedradas, con gritos de pasión, con botes de lanza. No hay que razonar con ellos. Si tratas de razonar frente a sus razones, estás perdido".

"Y no me preguntes más... me haces que saque del fondo de mi alma dolorida las visiones sin razón, los conceptos sin lógica, las cosas que ni yo se qué quieren decir, ni menos quiero ponerme a averiguarlo".

"Una vez, ¿te acuerdas?, vimos a ocho o diez mozos reunirse y seguir a uno que les decía ¡Vamos a hacer una barbaridad!'. Y eso es lo que tú y yo anhelamos: que el pueblo se apiñe, y gritando ¡Vamos a hacer una barbaridad!', se pongan en marcha. Y si algún bachiller, algún barbero, algún cura, algún canónigo O algún duque les detuviese para decirles: ¡Hijos míos!', está bien; os veo henchidos de heroísmo, llenos de santa indignación; también yo voy con vosotros; pero antes de ir todos, y yo con vosotros, a hacer esa barbaridad, ¿no os parece que debíamos ponernos de acuerdo respecto a la barbaridad que vamos a hacer? ¡,Qué barbaridad va a ser esa? Y si alguno de esos malandrines que he dicho os detuviese para decirles tal cosa, deberían derribarle al punto y pasar todos sobre él, pisoteándole, y ya empezaba la heroica barbaridad".

"¡Poneos en marcha! ¿Qué adónde vais? La estrella os lo dirá: ¡Al sepulcro!'. ¿Qué vamos a hacer en el camino mientras marchamos? ¿Qué? ¡Luchar! Luchar, y ¿cómo?". "¿Cómo? ¿Tropezáis con uno que miente? Gritadle a la cara: ¡Mentira!', y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que roba? Gritadle: '¡Ladrón!', y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta? Gritadle: ¡Estúpidos!', y ¡adelante!: ¡Adelante siempre!".

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “CRISIS MORAL Y ENTREGUISMO” – Revista Oiga 20/09/68

DOS son los temas que nos toca tratar esta semana que se ha bamboleado entre la amargura y la repugnancia, entre los rumores de golpe y los temores a otra devaluación: la crisis moral que ha estallado como pústula después de años de silenciosa podredumbre interna y el entreguismo al poderío económico de las grandes empresas, entreguismo barato, sin imaginación y sin frenos, en el que, por falta de coraje y por frivolidad, se habituó a vivir el régimen que preside el arquitecto Fernando Belaúnde. Ha sido una semana de rumores y temores, esparcidos más que por otros por el propio gabinete, con el ánimo de asustar a los asustadizos parlamentarios y de atemorizar al país.

Del Parlamento, desesperado porque no sufran repentina muerte los emolumentos, espera el gabinete un voto de confianza. Y algo ha logrado: poner en evidencia el acuerdo de los populistas palaciegos con el Apra. El temor a la pérdida de la pitanza los ha apresurado a mostrar las uñas de un pacto que une apetitos y no ideales, que junta malandrines e infelices y no hombres.

Del temor ciudadano cree el gabinete que obtendrá respaldo a una gestión hacendaria y financiera que no ha sido aclarada, que no tiene otro sostén que las hábiles palabras de un ministro que impresiona por su pose moderna y sus modales de mundano internacional.

Pero ha sido una semana más que de desencanto, de asco. Tan grande, tan escalofriante asco que hasta el cardenal y un numeroso grupo de sacerdotes se han visto obligados a opinar, a "esperar un esclarecimiento total, en un asunto que tan directamente afecta la soberanía y el bienestar nacionales".

Y el asunto al que se refiere el cardenal Landázuri no es otro que la entrega del petróleo peruano, en condiciones que apenan, a una empresa extranjera. Lo que acusa el cardenal es el renunciamiento a nuestra personalidad nacional y lo que señala es el detonador de una crisis moral que comenzó a ponerse en escandalosa evidencia con el contrabando de hace unos meses y el descubrimiento de infames torturas en los centros penales. Dos hechos que nos cubren de vergüenza y que siguen impunes. Mejor dicho, con los pequeños responsables en la cárcel y los grandes delincuentes en los salones de la ciudad.

Tristes nos sentimos al recordar que lo que ocurre lo previmos, lo advertimos, sin que se nos hiciera caso. Apenas fuimos merecedores de unas frases compasivas cuando al comienzo del régimen escribimos:

"La moralización debe ser la primera de las místicas que debe crear el nuevo régimen. Y en tal sentido le reclamamos, desde estas páginas amigas pero independientes, que se legisle inmediatamente contra todas las corruptelas que se han hecho hábito administrativo. Que se fije castigos severos contra el funcionario que obtenga ventajas personales en el ejercicio de su función, contra el empleado que no corrija las menudas inmoralidades tradicionales de la propina exigida para realizar los trámites, contra el político que use su influencia para obtener lo que sin ella no podría conseguir, contra todo y todos los que entiendan la política y la función pública como un medio de satisfacer apetitos y obtener ventajas personales. Y tal vez sea necesaria la exageración punitiva para que no quede en duda la seriedad de la intención moralizadora. Pero no bastará la simple legislación si ésta no está amparada por la actitud severa de quienes han conquistado el poder, pues mal y reducido juez resulta quien no luce lo que reclama, Esta exigencia deberá ser más dura e inflexible con todos y cada uno de los miembros de la Alianza, en cuanto cada uno de ellos es responsable solidario en la gran tarea que sus organismos políticos han reclamado durante tantos años. Una nueva actitud debe, pues, conformar la actividad de los hombres del gobierno, en la que no quepa la recomendación interesada, la ventaja personal. Si así lo hacen, el pueblo, desconfiado y pesimista, se verá obligado a creerles y a movilizarse en la gran empresa de la renovación. Si, en cambio, brotan las antiguas lacras, ese mismo pueblo tendrá el derecho y la obligación de darles las espaldas y juzgarlos inflexiblemente”.

Lo dijimos hace ya muchos años, lo hemos repetido en diversas circunstancias y hoy nos duele constatar que no sólo tuvimos razón sino que pecamos de benévolos en nuestro juicio.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “LEALTAD Y DEMOCRACIA” – Revista Oiga 27/09/68

PARA los menguados, para los pobres de espíritu, para las almas genuflexas, para los matones, ser leal significa servilismo frente al amo, al patrón. Estas gentes entienden la lealtad como el esclavo: en relación al propietario, a otro hombre. Y así también la admiten quienes deben sus posiciones políticas, sociales o económicas al favor del poderoso de turno. Para los espíritus libres, para los fuertes, para las almas insumisas, la lealtad comienza por uno mismo. No se puede ser leal a nada ni a nadie si no somos leales con nuestra propia conciencia. De este inicio, de la lealtad a nuestras ideas, parten las otras lealtades: a los principios morales que compartimos con quienes, por esta razón, son nuestros amigos; a nuestro credo religioso o político; a sentimientos que nos atan a personas o situaciones, por remembranzas familiares o riesgos que nos conmovieron y que compartimos con otros. Para el hombre, para el auténtico ser humano; no hay mayor lealtad que la lealtad al deber. Dura y muchas veces dolorosa lealtad; pero que hace héroes y santos.

Valgan estas rápidas reflexiones, hechas a vuela máquina mientras a nuestro alrededor se siente el tenso trajinar de la política, como sencilla contribución al debate que ocupa al país esta semana. Debate iniciado por la actitud crítica del secretario general de Acción Popular frente al gobierno que preside el jefe de ese partido y que se ha tornado en un enfrentamiento entre los que consideran la política como adhesión a postulados y programas y los que quieren entenderla, con empolvada mentalidad monárquica, como sujeción a la voluntad omnipotente de un jefe o monarca. A un lado están los que piensan, sana y coherentemente, que el jefe no puede obligar a sus partidarios a aceptar, y menos con persistencia que repugna, actos de gobierno que contradicen 'clamorosamente los principios' del partido, aprobados y refrendados en congresos nacionales, a los que él asistió y aplaudió. En el otro lado se agrupan, desconcertados o soberbios, los que de buena o mala fe consideran que la organización de los partidos, su democracia interna, no es más que un engañabobos o un simple decorado escénico para que el jefe se dedique a hacer prestidigitación política a expensas de la credulidad popular. A un lado, los que no admiten que la amistad; el sentimiento personal, se anteponga al deber. Al otro, los que no quieren no llegan a comprender que la deslealtad a los principios partidarios, al programa por el que fueron elegidos, es traicionar al pueblo.

Nosotros estamos con los leales a sus ideas, con los fieles a sus principios partidarios; con los que, en voz de don Edgardo Seoane, se niegan a avalar la sucia página de engaño y entreguismo que ha escrito este gobierno con el cuento del "Acta de Talara".

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “OCURRIÓ LO QUE TENÍA QUE OCURRIR” – Revista Oiga 04/10/68

NADIE más lejos que nosotros de la complacencia por el triste y desamparado final del régimen que presidió el arquitecto Belaúnde. Demasiadas ilusiones, innumerables penurias y no poco cariño pusimos en él, durante muchos años, como para que no nos sintamos dolidos por los sucesos de la madrugada de ayer. Tampoco nadie más lejos que nosotros del golpe militar. Testigos de nuestras inquietudes y angustias por el pronunciamiento castrense, que sólo los obcecados y los necios no veían venir, son las ilustres personalidades a las que acudimos desesperados, en estas últimas semanas, para proponerles lo que nosotros entendíamos como única manera de evitar que el ejército, por medio de la fuerza, se entrometiera en la política: un mensaje al país de figuras civiles con auténtica autoridad moral que tuviera como objetivo imponerle al presidente de la República y al Congreso un gabinete ministerial que, asumiendo el mando real, rectificara por completo la política del régimen. Para nosotros, era ésta la fórmula más sensata de resucitar confianza en la ciudadanía y de asegurar la continuidad constitucional. Se le dejaba al presidente la satisfacción de trasmitir la banda a su sucesor y a los parlamentarios se les permitía perorar y seguir cobrando sus emolumentos, a cambio de que las desvergüenzas del contrabando fueran ventiladas, castigadas las autoridades culpables de atentar contra la dignidad humana, borrada la ignominia que significa el acta de Talara y puestos en la cárcel los responsables del incalificable y ya celebérrimo delito contra la fe pública cometido en palacio de Gobierno la madrugada del 13 de agosto.

No se podrá, pues, sin injusticia, llamarnos golpistas. Pero así como hay quienes pueden dar fe de nosotros, nosotros somos testigos de las preocupaciones y de los afanes de Edgardo Seoane, Raúl Ferrero, Mario Alzamora y otros por hacer viable la idea que proponíamos y también de la razón de sus fracasos: la soberanía, la frivolidad, el empecinamiento, la irresponsabilidad, la irresponsabilidad del presidente Belaúnde. Son él y el Apra los grandes culpables de la tragedia que lamentamos.

Lo que ha ocurrido tenía que suceder. Y no por obra de los militares precisamente sino del propio régimen. Sucedió porque se había llegado al colmo del cinismo, a una aberrante manera de practicar la democracia. Con ligereza sin nombre se disculpó a los responsables de la devaluación. Con inaceptable tontería se quiso ocultar la gravedad del contrabando y, luego, el país, indignado, presenció el desfachatado paseo de los contrabandistas por las calles. A los que protestamos y gritamos por el escándalo se nos acusó de estar propiciando el golpe. Y agitando el mismo chantaje se intentó más tarde hacernos cómplices a todos los peruanos de las denigrantes condiciones, lesivas al interés nacional, que la International Petroleum exigió y logró del gobierno para la devolución -simbólica- de La Brea y Pariñas. Con la misma amenaza del golpe se pretendía ocultar arreglos que debían ser públicos; se acallaban protestas, se encubrían delitos, se prostituía la democracia. ¡Se malvendía, con comisión de por medio, un pedazo de Perú y había que guardar silencio para que los militares no interrumpieran el orden constitucional! ¡Se exhibía con pruebas y señales la comisión de un delito -el de la página once por ejemplo- y con brutal cinismo se negaba la verdad... porque podía originar la intervención castrense!

Y el presidente Belaúnde no era ajeno a esta inmundicia. Todo lo contrario. Empecinado hasta el delirio insistió hasta el último momento en rodearse de obsecuentes e incondicionales, de refinanciadores que habían sido los financiadores o de ilustres desconocidos que no le hicieran sombra. Lo que Belaúnde nunca admitió, por vanidad y "soberbia, fue corregir sus errores. Por eso está él donde está y el país en el umbral de un futuro muy incierto.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “ANTES QUE ELECCIONES, CONSTITUYENTE” – Revista Oiga 11/10/68

CON la reivindicación plena de La Brea y Pariñas, con la auténtica recuperación de nuestro petróleo talareño, queda justificado el derrocamiento de un gobierno que no supo responder a las exigencias de su momento histórico y se da un primer paso en el cumplimiento del manifiesto que exhibe como partida bautismal el grupo de militares que se ha constituido en gobierno revolucionario. Lo ocurrido ha llenado de júbilo al país y ha conmovido a quienes mirábamos apesadumbrados, desilusionados, el quehacer político de las últimas semanas. Con decisión, con eficiente sentido de la oportunidad, con frialdad de estadistas, los hombres que capitanea el general Juan Velasco Alvarado han realizado la siempre incumplida promesa de los políticos: la recuperación de los pozos petroleros que nos tenía arrebatados la International Petroleum y la reparación que esa empresa extranjera debía al Perú. El gobierno revolucionario ha cumplido satisfactoriamente su primer objetivo y toca a la ciudadanía respaldarlo frente a las dificultades externas e internas que su patriótica acción pueda provocar.

Pero el hecho revolucionario, que ha generado la histórica toma de Talara y deberá generar otras acciones que el pueblo peruano reclama inútilmente desde hace, infinidad de años, conlleva una obligación que los militares que han capturado el poder no deben escamotear: el retorno a la fuente de la soberanía, al voto popular. Es indiscutiblemente al pueblo; a los peruanos todos, civiles y militares; alfabetos y analfabetos, a quienes les corresponde decidir su futuro. Deben ser ellos los dueños de su destino como nación. En este punto no tenemos ninguna discrepancia con los partidos y grupos que reclaman elecciones. No concordamos, sin embargo, en el modo y la oportunidad de convocar al voto ciudadano. Para nosotros, y creemos que para la inmensa mayoría culta del país, la Constitución del 33 y el disparatado régimen parlamentario actual, no responden a la realidad nacional. Tampoco, tienen nada que ver con nuestra idiosincrasia la mayor parte de los mecanismos administrativos. Toda la estructura del Estado peruano no es sino ridículo remedo de sistemas europeos. ¡Y ya obsoletos en sus lugares de origen! Sería torpeza sin nombre, pues, retornar al ordenamiento anterior al tres de octubre; liquidado por sus incorregibles errores, por la complicidad inherente a la duplicidad de funciones entre Ejecutivo y Parlamento, entre Senado y Cámara de Diputados, y por "el acto impío del suicidio" cometido por los políticos de una mayoría gestada en los salones de palacio a contrapelo del mandato popular, ¡No seamos nosotros suicidas volviendo a un sistema que permite a los dirigentes concertarse entre ellos a espaldas de los deseos del pueblo! ¡Sentemos las bases de un Estado moderno donde el pueblo tenga la oportunidad de ser censor constante de sus gobernados por medio del plebiscito o referéndum! Para ello es necesario comenzar por una Constituyente, en la que el pueblo debe dejar sentir su voz y de la que debe partir una nueva estructura legal. ¡Pensemos en hacer patria, no en ganar engañosas elecciones!


FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “CONSTITUYENTE CON PLEBISCITO Y VOTO UNIVERSAL” – Revista Oiga 18/10/68

SI no están animados por una fe doctrinaria activa, los parlamentarios no se mostrarán afectos a ninguna medida que disminuya el rol de las asambleas. Jamás nuestros parlamentarios serán permeables a las nuevas ideas que proclaman la necesidad de hacer al pueblo partícipe de sus decisiones. En ellos prima el estómago sobre el corazón y el cerebro. Esta lapidaria cita del eminente jurista francés Julien Laferriere, nos sirve una vez más para abundar sobre la necesidad de reformar la Constitución por vías diferentes a las establecidas y para insistir en la conveniencia ,de hacer participar al pueblo en las grandes decisiones del Estado. Y revolvemos hoy a un viejo tema de esta revista esperanzados en que ha llegado la oportunidad de que la República intente una nueva Carta Magna, que refleje mejor la realidad nacional y sea su contenido fuente de concierto ciudadano y palanca de auténtico desarrollo. Para lograrlo, no es posible ni es conveniente la convocatoria a elecciones de acuerdo al sistema derrocado. La experiencia es abrumadora. En treintaicinco años el Parlamento no ha hecho otras reformas a la Constitución que la ampliación del propio mandato de cinco a seis años, la ampliación del mandato presidencial, algunas variaciones sobre el nombramiento de obispos y, en la última etapa, se reglamentó convenientemente el derecho de expropiación. ¡En treintaicinco años una sola reforma valedera! Y el senador y rector Sánchez, intentando una justificación, añade que ya estaban a punto de aprobarse otras dos reformas: una de ellas obligando a los ex-presidentes a esperar dos mandatos constitucionales para volver a presentarse como candidatos. ¡Como si no fuera una prueba más en contra de las reglas establecidas para que el Parlamento se ocupe de las reformas constitucionales! A nadie se le oculta que ese fue uno de los instrumentos del chantaje del Apra sobre Belaúnde, quien exhibía demasiado a las claras su deseo de volver a la presidencia el setentaicinco.

Pero tampoco le asiste la razón al gobierno militar cuando anuncia su intención de convocar a un referéndum para que el pueblo diga si quiere elecciones con la antigua o con una nueva Constitución. El referéndum o plebiscito sobre el particular es totalmente innecesario y en todo caso, aunque sea indirectamente, ya se ha producido, porque, como dice otro gran jurista francés, Esmein, "cuando un régimen político es destruido por los acontecimientos, es evidente que la Constitución que lo amparaba desaparece junto a él... La realidad política es suficiente para imponer esta regla; pero si se cree necesario justificarla jurídicamente, se puede decir que el pueblo, al aceptar sin protestar el hecho revolucionario, manifiesta, más allá de toda forma legal, su voluntad de abrogar la Constitución anterior".

La mejor, mejor dicho la única manera de lograr una nueva Constitución que sea respetable y respetada, es acudiendo a la fuente de la soberanía: al pueblo. Es él, reunido en Constituyente, el único capaz de darse las normas de gobierno que las circunstancias exijan.

Una de las tareas del gobierno revolucionario es, pues, convocar a una Constituyente que se ocupe exclusivamente de elaborar la nueva Carta Magna que la realidad nacional reclama. Constitución que para entrar en vigencia, antes de disolverse la asamblea constituyente, deberá ser ratificada por el pueblo, sin distingo de alfabetos y analfabetos, por medio del referéndum o plebiscito, institución que no puede dejar de ser incorporada al nuevo ordenamiento legal, ya que ese es el instrumento por medio del cual el pueblo, el soberano, adquiere categoría de auténtico mandante. Ya pasó la época de la soberanía delegada; de los líderes políticos que hacían, con la delegación ciega, cera y pabilo de las promesas electorales y del mandato popular. Estamos, además, en la hora del voto universal.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL – “PLURALISMO Y PRENSA” – Revista Oiga 03/10/75

En estos momentos, cuando en las conversaciones sobre asuntos internacionales bailotea a flor de labios la palabra pluralismo, no está demás divagar en torno a un tema que hoy lleva hasta a los comunistas italianos y españoles con cierta música francesa de acompañamiento a disentir públicamente de los planteamientos soviéticos sobre libertad de opinión y de oposición partidaria. Sea por razones de táctica electoral en esas áreas o por más acertada interpretación del marxismo, sea por convencimiento personal de sus líderes o por lo que fuere; lo cierto es que estos partidos comunistas de Italia y España han expresado en Roma –urbi et orbi- su condena a la política de Alvaro Cunhal en Portugal y su adhesión a un socialismo pluripartidista y con libertad de prensa. Justamente los dos puntos de disentimiento entre comunistas y socialistas que mantienen a Portugal en una crisis generalizada y galopante; y puntos sobre los que el comunismo francés ha expresado opinión no del todo ortodoxa.

¿Por qué a la conveniencia del pluralismo ideológico y partidario planteamiento que viene desde antiguo en Carrillo y Berlinger, se añade ahora -y con énfasis- la necesidad de una auténtica libertad de prensa para ingresar por camino correcto al socialismo? ¿Es Pose generada por el escandaloso caso del diario "La República" de Lisboa o reconocimiento -¡al fin!- de que libertad es derecho a la duda, al libre examen y a la libre creación, Que libertad es poder disentir sin temor y sin sagradas escrituras que limiten el vuelo del pensamiento y, por lo tanto, que libertad es negación de la censura? Quien sabe sea correcto pensar esto último, creer que los comunistas italianos y españoles -en algo acompañados por los franceses- han llegado al convencimiento de que para el real ejercicio de la libertad es indispensable la libertad de prensa: el derecho de agrupaciones e individuos a expresar responsablemente bajo firma e identidad de la editora su pensamiento crítico, creador o de respaldo. Que han llegado a comprender que sin exteriorización pública de opiniones y críticas serán vanos los juramentos de libertad que se hagan. Ya que sin esa materialización de las ideas, en negro sobre blanco, no hay libertad tangible. Sería como navegar en una atmósfera de éter, ajena al hombre.

Se dirá que la libertad de prensa de la que hablamos está basada en la vieja libertad burguesa, y que no se ajusta a la hora histórica que vivimos. Es la opinión de muchos, de los que no creen que el ejercicio de la libertad, en su esencia, es inherente al ejercicio de la inteligencia, a la condición humana. O sea derecho a dudar, a juzgar por cuenta propia, a explicamos la vida y el mundo sin libros sacros, sin censura. Es la opinión de los que no advierten que lo que cambia con la circunstancia histórica no es el concepto de libertad, como ejercicio natural del ser humano racional, sino la manera de usarla y las costumbres y ordenamientos legales que la limitan, casi siempre irracionalmente y por motivos religiosos o políticos de moda.

Repasemos, pues, el modo de ejercitarla actualmente y las variaciones que se pueden presentar en ese ejercicio, así romo los posibles cambios en las costumbres y leyes sobre la prensa, ya que, como hemos: dicho, la libertad se ha materializado, principalmente, hasta hoy desde la invención de la imprenta, en la difusión de ideas por medio de periódicos y libros.

Sin mucho esfuerzo por querer ser objetivos, hallaremos que en nuestros días hay tres tipos de periodismo: la prensa de opinión unánime, propia de los estados ideocráticos; la prensa con libertad vigilada, censurada y casi prisionera; y la prensa teóricamente libre.

La primera propia de la Unión Soviética y de los países bajo su influencia, nada tiene que ver con los conceptos de libertad y censura, Ahí la prensa, como todos los medios de comunicación, cumple una función política y pedagógica, de acuerdo a la ideología del sistema, ideología sacralizada hasta tal punto que a nadie le está permitido emitir una sola palabra de crítica sobre ella ni sobre los supremos sacerdotes que la administran.